martes, 29 de julio de 2014

Los diarios del subdesarrollo. Una crónica de la paranoia.

La oficina es fría. Me gusta especular adivinando la temperatura del ambiente. Debemos estar a seis grados, quizá menos. Mi compañero, un antropólogo un poco loco al que le gusta mascar coca en su escritorio durante todo el día, dice que debemos estar a tres o cuatro grados, a lo mucho y que por suerte no hay viento. Es divertido hacer esto porque queremos que nuestra compañera socióloga brasileña nos escuche y se sugestione y se envuelva como una momia en una frazada de la cual saca los dedos índices para teclear en la computadora y de esta forma no nos molesta durante todo el día con su feminismo trotskista radical
Mi jefe, italiano, tiene por costumbre desayunar un café fuerte y sin azúcar, acompañado de un cigarrillo L &M rojo en la puerta del edificio que está al lado de la Oficialía de Desarrollo Humano del Gobierno Municipal de Loma Linda. Como él es muy diferente (en todos los sentidos de la palabra) de todos los que estamos por ahí, es decir, como es –muy- blanco, crespo -muy crespo- y tiene un acento chistosito, los chicos que caminan por ahí le gritan ¡Buenos días pastor! Y como es tan buen tipo y siempre está de buen humor, responde el saludo agitando la mano con el cigarrillo encendido, lo cual deja pensativos a los muchachos del barrio que piensan que los evangelistas no fuman.
Una vez se ha armado jaleo porque en el pasillo había un olor jodido a marihuana. La secretaria nos vino a hacer quilombo al psicólogo y al antropólogo ¿por qué no a la socióloga? Le dijimos. Ella es mujer, futura madre, nos dijo y se fue, advirtiéndonos que le diría al jefe en cuanto llegue. Yo tenía la conciencia tranquila y mi amigo el antropólogo, dice que también, así que la dejamos despotricando en las gradas y nos fuimos a la calle a mirar a la gente mientras tomábamos el sol de la mañana.
Esa mañana a eso de las nueve, llegaron los policías municipales en unas cuatro o cinco camionetas cargadas de sillones, sillas, mesas, botellas, cortinas, luces de discoteca, letreros de boliches, bolas de espejitos, más conocidas como bolas de Travolta y un séquito de individuos que exigían vehemente que les devuelvan las cosas.
La ventana de la oficina del jefe daba directo al patio de la Oficialía de Desarrollo Humano. Ahí estábamos, en silencio, mirándonos entre todos. En realidad sólo se escuchaba la hélice de la estufa que estaba a máxima potencia.
Hay que tener cuidado, Alessio, decía la chismosa de la Charito. Yo entiendo, que son jóvenes y están con curiosidad de esas cosas, pero no me parece correcto… si viene la policía nos lleva a todos directito a la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico y listo.
El jefe le escuchaba tomando su café y no decía nada; ni si, ni no, ni como pues, ni qué barbaridad ni nada.
Seguía la secretaria dándole bombo a la moral y las buenas costumbres y luego el jefe le dijo ¿Has visto que en la planta baja hay una tienda de reparación de equipos de sonido? Ahh si, esa que nunca abre temprano… claro, como no se nos había ocurrido antes. Fin de la discusión.
Debe ser un buen trabajo reparar equipos de sonido y sentir a la música recuperando su salud, aunque debe tener sus huevadas. Por la ventana, vi que en el patio la policía estaba apilando todos los muebles uno encima de otro, hasta hacer una torre de sillones, sillas, mesas y cajas de todo tipo.
Esa madrugada, la policía se la había pasado cerrando los bares y prostíbulos clandestinos de la 12 de octubre. La primera vez que la policía te pilla con el boliche abierto, cierran tu bar por sietes días, la segunda vez por quince, la tercera ya se llevan todas las cosas para que no vuelvas a abrir. La gente de la puerta, dicen que es la primera vez que les incautan las cosas y que sí, que aceptan que es la tercera vez que abren si autorización, pero que la primera vez que te quitan las cosas deberían devolvértelas después de siete días y la segunda vez después de quince… ¿Y la tercera? Pregunté a uno de los tipos que decía ser dirigente de los autodenominados “Asociación de propietarios movilizados de whiskerías en situación transitoria de irregularidad”, que estaba ahí con  una pancarta gritando a voz en cuello que la intendencia era un nido de ladrones igual que la alcaldía.
Bueno, ya no puede haber tercera pues joven, esa sería la sexta, no somos así tampoco, tenemos nuestro NIT, tenemos dignidad, contestó.
2
Dos meses después, nos hemos acostumbrado a que –misteriosamente- alguien fume yerba en el pasillo. El tipo de la tienda que repara equipos de sonido, es músico, tiene su grupo de cumbias y ensayan los miércoles en su tiendita. Pero sólo abre por las tarde y el olor de marimba siempre nos asalta en las mañanas.
 Hubo un momento en el que yo desconfié del antropólogo y el antropólogo desconfió de mí. También hubo un momento, en el que el jefe desconfió de ambos y ambos desconfiamos de él, nos lo dijimos una vez que estábamos borrachos en una entrega de muebles en una comunidad cerca del lago en la que nos obligaron a beber y a volver en la camioneta con el Jesús en la boca.
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El otro día teníamos una reunión con el Oficial Mayor de Desarrollo Humano, según mi jefe, quería donarnos unos sillones y mesas de esas que incautaron a los burdeles de la 15 de octubre
La secretaria puso cara de asco. Aquí no me traigas nada de esas cosas, le dijo al Alessio. Imaginate, la cantidad de culos que habrán pasado por ahí. Las de delitos que se habrán planificado o llevado a cabo en esos sillones.
El Antropólogo es un poco más romántico. Se imagina la cantidad de mujeres y hombres que en la penumbra de los burdeles hablaron de sus amores imposibles, uno por ser casado y la otra por ser una samaritana del amor… también, nos imaginamos cuestiones de identidad y clase, etareas y otras huevadas técnicas que impiden a los amores llegar a buen puerto. Como sea que uno se pone a hablar tonteras mientras no tiene nada que hacer, la cosa se pintó como una cuestión de principios y valores versus una cuestión sanitaria.
4
El antropólogo me dijo que ya sabe quién es el que tuesta macoña (así dice la socióloga brasilera cuando llega de la calle y huele la marihuana)  a diario en el pasillo de la oficina. Claro pues, el colizo del cumbiero, quién más.
No, no es él. ¿Has visto que hay una financiera en la primera oficina del edifico?
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Tenemos nuevos sillones. El jefe dice que ha insistido para que no le den nada, pero que el Oficial le dijo que era su obligación como institución del estado proveer a las ONGs de recursos para su trabajo. Yo pensé que era el revés.
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Nadie se quiere sentar en los sillones. Estamos planeando llevarlos a un lugar vacío y prenderle fuego de a poquito mientras nos sentamos al otro lado y nos sacamos fotos para el Facebook.
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La secretaria se ha vuelto cristiana. El otro día nos quiso convertir, nos dijo que todos tenemos oportunidad para evadir el fuego donde arden eternamente los pecadores. (creo que esta consternada con la idea de la foto) Yo les tengo fobia a los cristianos. El antropólogo dice que él también. La cosa se pone fea cuando escucha esa música tan horrible, así que de un tiempo a esta parte, todos andamos con audífonos en la computadora felices en nuestro mundo
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Me he dado cuenta que el músico viene a cada rato a la oficina, ya sea con pretexto de prestarse marcadores indelebles o para preguntar si tenemos agua. Me mira de pies a cabeza y me pregunta tonterías. El antropólogo dice que a él también.
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El antropólogo dice que hoy vino varias veces el policía que trabaja en la financiera con el pretexto de prestarse cualquier cosa y que se le quedó mirando con actitud sospechosa mientras le preguntaba tonterías. Le dije que ayer también vino, y se me quedo mirando con actitud sospechosa mientras me preguntaba tonterías.
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En la financiera hay una cajera que el antropólogo ha bautizado como “la Pocahontas” Tiene cabello largo, perfectamente lacio y negro. Es bonita en general, aunque para mi gusto tiene la cara trapezoidal y los labios muy delgados.
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Tuve que dibujar un trapezoide para que mi jefe y el antropólogo me dieran la razón.
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A veces vamos a la financiera con cualquier pretexto, ya sea para cambiar monedas o para preguntar si la luz no está parpadeando mucho. En una de esas que aprovechaba para ver bien a la Pocahontas (el misterio era saber cuánto más o menos medía, ya que nunca la vimos de pie) vi que el músico también iba por lo menos una vez cada hora y que se ponía a hablar con el guardia mientras la miraban.
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¿La policía y el cumbiero hablando tal vez de nosotros?. Tuve miedo y el antropólogo dice que él también…
14.
Yo estoy convencido de que la cosa pasa por saber quién le casca.
El otro día mi jefe recibió una mala noticia desde Roma y salió a la calle a fumarse casi unos tres cigarrillos al mismo tiempo, yo no fumo, así que sólo le hice compañía. El policía anotaba cosas, nos miraba y escribía.
15.
El antropólogo me ha dicho que la culpa la tienen los brazucos dementes que tienen su iglesia “Pare de Sufrir” en el tercer piso. (ahhh  de ahí que los pelados le dicen le dicen Pastor al jefe) dice que hay unos jovencitos que fuman en el pasillo y que después suben a la iglesia ya en estado de trance, que lo ha visto con sus propios ojos.
16.
Estamos planeando hacer lo mismo e ir a escuchar la palabra de dios, pero el antropólogo tiene miedo y que no tiene proveedores.



17.
El cumbiero y el policía están repartiendo volantes que dicen: “Pare de sufrir, la salvación está a dos pasos de ti, no seas duro de corazón” Después de leer el volante se me vino a la mente una canción de los prisioneros “Estrechez de corazón”
18.
El jefe dice que la Pocahontas mide aproximadamente 1.60. Que la ha encontrado infraganti fumando un porro en nuestro pasillo y que al  verlo puso una cara de susto que casi se desmaya.
19.

Ha desaparecido, ya no trabaja en esta agencia, dice el policía, que nos ha invitado a una reunión el domingo… quién sabe esa es la señal que todo esperamos, tal vez, ese es el acercamiento del que tanto hablan.